Somos nación: somos un constante refrendo diario de esta naturaleza, queremos seguir siéndolo y lo seremos. Esta voluntad de ser, nos ha permitido resistir más de quinientos años. Ha sido una pesada loza de concreto, que solo una enorme voluntad ha evitado ser aplastados.
No solo es el peso físico de la loza a la que habría que detener, sino también su ideología de vida, que nos pega a través de un enorme martillo para aplastar nuestra conciencia y que no quede ápice de ella.
La vida de la otra civilización se nos presenta como un dulce encanto, como el canto de las sirenas, para enloquecernos de placeres y pronto hacer desaparecer lo que somos.
Somos pues nación y a la vez pueblos que nos hemos permitido, a pesar de todo, seguir siéndolos. Esta es nuestra naturaleza. En las montañas, en los valles, en las costas, del inmenso territorio que es México, ahí estamos, como sombras de los opresores para obligarlos a voltear algún día y sentarnos a dialogar en una mesa amplia, con un buen café, en palacio nacional.
Somos resistencia: allá en las altas montañas donde parece que estamos más cerca de las estrellas de la noche, donde la neblina nos refresca el rostro, y por qué no, la propia vida. En las selvas protegidos por la madre naturaleza, así como las inclemencias de los desiertos aparece nuestra primera forma de resistencia: el escondite, el refugio, la dulce morada.
Los opresores son y han sido tan brutales que nos obligaron a escondernos, los pocos que enfrentamos a campo abierto a los poderosos fuimos tan diezmados que nos convirtieron en sus sirvientes. Solo en el escondite somos libres, somos nosotros, a pesar de ello, tenemos mucho camino por andar porque sabemos hacia dónde vamos. Ese escondite nos obligó a juntarnos, a vivir comunalmente. Por eso, somos mano extendida para todos los hermanos del mundo y de América. Somos un puño para la defensa de lo que somos y queremos ser, somos comunalidad.
En la resistencia somos tlayudos, correosos, aguantamos enormidades todas las manifestamos del opresor: sus leyes, sus instituciones, su régimen político, su ideología, su ejército, su policía, su religión, su moral, su educación, lo peor, su gente: personas que a lo lejos les brilla el color de lo único que desean en el mundo: el color del oro o el color de la plata.
Por estos dos metales, durante los trecientos años de la Colonia casi nos desaparecen y hoy por estos metales nos expropian nuestros territorios, nos marginan y nos explotan. Toda la inmensa estructura burocrática y de poder del Estado mexicano se conduce por la plata, por ello, es estructuralmente corrupta.
Somos dignidad: tratamos siempre de merecernos a nosotros mismos, por ello somos orgullosos de todas nuestras expresiones culturales, sociales, políticas y económicas.
Hemos llegado al grado de endiosarnos, de sobrevalorarnos, de mitificarnos, con exageraciones, hemos sido motivo de críticas, por ello, sin embargo, no lo hacemos por vanidad, vanagloria, sino como dispositivo de defensa ante la opresión y voracidad de la ideología y cultura occidental.
Sin la actitud digna, seguramente hace siglos hubiésemos desaparecido de la faz de la tierra. Seríamos, eso sí, dignos moradores de museos, libros y de exposiciones. Somos tan dignos que siempre estamos de pie, jamás de rodillas. Por todo lo que soportamos y hemos soportado, sería natural vernos arrastrados por las fuertes cadenas de la servidumbre, sin embargo, nos hemos erguido siempre en el transcurrir de la colonización y de la eficaz colonialidad a veces, a pesar, de la violencia del culetazo. Al fin, nuestra dignidad se expresa en su nitidez como rebeldía.
Vale la pena reproducir el juramento de las milicias yaquis al inicio del siglo XX para comprender el significado de nuestra dignidad:
Para ti no habrá ya sol
Para ti ya no habrá ya noche
Para ti no habrá ya muerte
Para ti no habrá dolor
Para ti no habrá ya calor ni sed ni hambre,
ni lluvia ni aire, ni enfermedad ni familia
Nada podrá atemorizarte
Todo ha concluido para ti
excepto por una cosa: el cumplimiento del deber
en el puesto que se te designe,
allí quedarás por la defensa de tu nación,
de tu pueblo, de tu raza,
de tus costumbres, de tu religión.
¿Juras cumplir con el mandato divino? (Taibo II: 2013, 39).