Candidaturas viciadas
El problema de los partidos políticos en México es que quieren ganar votos a ciegas; quieren mantenerse en el poder público a como dé lugar. Acaso a través de candidatos elegidos sin más facultados que las de acarrearles triunfos en las urnas y, por supuesto, posiciones gubernamentales de decisión y mando: Prerrogativas garantizadas y poder político. La ideología, el programa de gobierno, la doctrina y el proyecto de Nación o estado es lo de menos, según ese criterio.
El 21 de enero pasado, el partido Movimiento Ciudadano (MC) admitió el registro del actor y empresario Roberto Palazuelos como su pre-candidato a la gubernatura de Quintana Roo. Ese mismo día, en sus redes sociales, Palazuelos escribió “Siempre con el corazón en la mano y un as bajo la manga”. Esa misma tarde se oficializó su aspiración para la candidatura. Y todos contentos.
Sobre todo estaban contentos en MC porque tenían a un candidato visible, popular, cargado de energía y muy echado para adelante; además abogado y empresario con residencia larga en la entidad, aunque nació el 31 de enero de 1967 en Acapulco, Guerrero. Era –en ese momento- una gran posibilidad de conseguir otra gubernatura para un partido que va solo, que lleva su propio impulso y que confía en su fortaleza a la que considera creciente.
Todo iba bien. El candidato aseguraba a diestra y siniestra que contaba con una amplia aceptación popular en la entidad, que estaba como cabeza en encuestas locales, que tenía la simpatía de distintos grupos de poder político y económico en la entidad y que –decía- él ganaría la elección para ser gobernador de la entidad del sur mexicano.
Sin embargo su exceso de confianza y la falta de pericia política le hicieron cometer errores que en política son imperdonables. Pronto apareció en un programa de televisión, a tono con su carrera actoral; un programa dedicado a los chismes de las estrellas, estrellitas y asteroides del espectáculo.
En ese programa dio muestras de seguridad en su triunfo y expresó algo muy delicado: “A mí ninguna guerra sucia me va a parar y todas esas gentes que están difamándome, que están diciendo cosas, yo estoy apuntando, eh, no crean que no estoy apuntando. Ya llegará el momento, cuando yo sea titular del Ejecutivo, que ajustemos cuentas”. Primer campanazo.
La actitud prepotente era en sí misma molesta. Pero sobre todo causó seria preocupación al interior de MC el llamado al ajuste de cuentas que haría con todos aquellos que le critican o señalan en contra. Grave. El impacto mediático causó revuelo político.
Pero aún más. Meses antes había dicho en otro programa de espectáculos: “Yo traía una 380 con una portación de la Secretaría de la Defensa, que es el calibre que puedes portar. Traía un teniente del Ejército con una 9 milímetros de uso exclusivo, y traía un amigo mío colombiano mafiosón, con otra 9, más chueca que él. Llegamos y se arma el show y la madre… abren la puerta y pow, pow, nos tiran dos madrazos al aire y nos encañonan con una pistola 22, un gordote.
“Yo, con mi conocimiento jurídico, dije: este wey ya le jaló, trae pólvora; si me lo chingo, es legítima defensa; de repente veo que se está agarrando con el de la puerta y la chingada, se armó una p… balacera, matamos a dos cabrones…”. (Publicado en Expansión Política el 7 de febrero, 22)
Y aunque luego vino la aclaración, el escándalo ya era mayúsculo. Y se comenzó a criticar tanto al aspirante a candidato como al partido que lo haría candidato.
El agua estaba llegando a los aparejos. Era insostenible una candidatura con estas particularidades públicas. Y, como pudo, el que cometió el error, Dante Delgado, dirigente de MC, se reunió con Palazuelos. Llegaron a un acuerdo. Y Palazuelos se hizo a un lado. Dejó la aspiración política, por el momento, dice. Al día siguiente MC anunció que su abanderado en Quintana Roo será el senador José Luis Pech Várguez, de Morena.
El tema no es tanto lo vernáculo de esta candidatura. El problema sigue siendo los partidos políticos –todos- que se hacen de candidatos que no tiene el indispensable mínimo de conocimiento político, e, incluso, ni siquiera la responsabilidad política e ideológica con el partido político que lo postula.
Así ha sido en otros casos con candidaturas sacadas de la farándula, del espectáculo, de medios ciertamente respetables pero que no tienen conexión directa con el hecho político y las políticas públicas que esto implica.
¿Cuántos candidatos con estas particularidades ocupan hoy mismo puestos de responsabilidad legislativa o pública? ¿Cuántos tienen compromisos por los que abjuran su juramento de velar por la constitución y las leyes que de ella emanen? ¿Cuántos hay que cubren espacios para los que no tienen ni las capacidades, ni la vocación, ni el sentido mínimo de responsabilidad? ¿Cuántos ambiciosos de poder y dinero están ahí, a la vista, al portador?
Pero esos partidos políticos los escogen. Quieren ganar votos. Quieren ganar posiciones. Quieren mantener sus prerrogativas y el poder político de sus dirigentes. El costo final lo pagamos los ciudadanos; muchos también culpables por voluntad u omisión.
Sí. Hace falta un replanteamiento del sistema de partidos políticos en México. Y hacen falta políticos de fuste en este país hoy en crisis. La debilidad de los partidos políticos es la debilidad de nuestra democracia.