El calvario de los niños migrantes:
hambre, enfermedad y un río de cadáveres
Historias de horror de niños migrantes y sus familias que están en Campeche en espera de un documento que les permita vivir y trabajar en México. Algunos seguirán su camino a Estados Unidos. Entre el mar de historias destaca la de Aarón, de tres años, y su mamá, de 27. Ambos llevan 10 mil kilómetros a cuestas tras cruzar 11 países; ambos están cansados y lastimados física y mentalmente, sobre todo después de atravesar un infierno llamado Tapón del Darién, la selva que comparten Panamá y Colombia y en cuyas entrañas fluye un río de cadáveres de indocumentados.
CAMPECHE, Cam. (vía proceso).- Aarón lleva un largo recorrido en su vida: más de 10 mil kilómetros, pues de Chile se desvió a Brasil, lo que alargó su periplo por 11 países del continente, que en dos meses tuvo que atravesar a pie, caballo, canoa, lancha, “de aventón”, taxi y autobús para llegar a México.
Parece la hazaña de algún trotamundos ansioso de adrenalina, pero se trata de la dura realidad de un niño chileno-hondureño de tres años, que apenas tiene conciencia de que, junto a su madre, Ana, persigue el “sueño americano”, lo que sea que eso signifique y donde quiera que eso esté.
Aarón es uno de los cientos de niños migrantes indocumentados que el Instituto Nacional de Migración trasladó en diciembre, junto con sus familiares, desde Chiapas a Campeche y Quintana Roo, para agilizar la expedición de sus tarjetas de “visitante por razones humanitarias”. Así, esas familias durante un año podrán moverse y trabajar en libertad en el territorio nacional.
Ana, dominicana-hondureña de 24 años, y su hijo Aarón recibieron sus tarjetas migratorias el 5 de diciembre pasado en Campeche, pero se quedaron varados por falta de dinero. Ella esperaba que su expareja le depositara “platita” desde Estados Unidos.
Mientras, la joven pide “cooperacha”; Ana cuenta que es maestra de primaria titulada y políglota. Además de español habla francés, portugués, inglés, italiano, el criolle de los haitianos y hasta un poco de aramí, la lengua guaraní.
Ella y su hijo, que entonces tenía dos años, partieron en febrero de 2021 desde Chile y llegaron a Tapachula en abril pasado, donde permanecieron confinados ocho meses en el campamento de migrantes. Ahí, dice entusiasmada, les ocurrió lo “más bello” de su travesía: conocieron a Accene, un enorme migrante haitiano de 26 años, con quien formaron una nueva familia.
Pero la jovialidad de Ana se convierte en tristeza cuando recuerda que, tras ser discriminada, ella y su niño fueron forzados a cruzar a pie el Tapón del Darién, esa terrorífica selva compartida por Panamá y Colombia que, cual monstruo mitológico, devora migrantes por centenas.
La mamá de Aarón relata que en Necoclí, Colombia, compró pasajes para avanzar en avioneta a Panamá, pero dado que el niño viaja con pasaporte hondureño a él le impidieron abordar.
“¿Y qué hacía yo? ¡Ni modo que abandonara a mi hijo ahí! Mis hermanas cruzaron en avioneta y este niño y yo tuvimos que caminar cuatro días por esa selva, que es la parte más peligrosa para llegar acá…