Hablando de mujeres y justicia
Joel Hernández Santiago
Por muchos años, en México, a la mujer se le relegó a un segundo plano del orden social y del mando familiar. En un entorno patriarcal, se le negó acceso a distintas actividades a las que se consideró de predominio masculino: Ni trabajo remunerado, ni escolaridad, ni puestos de mando laborales o políticos. Era, lo dicho por los rancheros del Bajío: “La mujer debe estar como la carabina: cargada y en la cocina…”.
No es exclusivo de la sociedad mexicana. Así es en otros países. Y es histórico: Entre las culturas prehispánicas de México a la mujer se le asignaban roles fuera de los procesos económicos o sociales; recolectaba frutos, atendía la casa, cuidaba de los hijos, hacía los alimentos y se encargaba del bienestar familiar: Hasta ahí. Aun así, en la galería religiosa muchas diosas eran mujeres: Coatlicue, Coyolxauhqui, Chalchiuhtlicue, Tlazoltéotl, Cihuacóatl, Xochiquetzal…
Durante el periodo colonial en México la mujer mantuvo el estatus de quietud, fragilidad, de servidumbre y ocupada de las labores propias de su condición femenina. Y sí. Trabajaba muy duro para contribuir al bienestar familiar. Pero nada: ´Al final y en la cocina´.
Así, por siglos en México, la mujer no sólo fue relegada de toda actividad productiva, creativa y de realización personal; no sólo fue sometida a un régimen de servidumbre y responsabilidad familiar; también se le prohibió acceder a estudios o a decisiones políticas y sobre todo opinar sobre asuntos de gobierno. Era falta de control patriarcal que un marido o un padre permitiera que las mujeres del hogar “metieran la cuchara en donde no les llaman”, se decía.
Resulta que a la par del fervor con que se le trata en lo individual; en general se le sigue manteniendo “detrás de la raya”. Así hasta la primera mitad del siglo pasado, cuando de forma tardía y a regañadientes de muchos, en 1953 las mexicanas acudieron por primera vez a las urnas para emitir su voto. Adolfo Ruiz Cortines, entonces presidente de México, promulgó el 17 de octubre de 1953 las reformas constitucionales para que adquirieran la ciudadanía plena.
En 1968 las mujeres mexicanas ya estaban hasta el copete del sometimiento. Y junto con los muchachos estudiantes que salieron a reclamar derechos y respeto, también muchas de ellas lo hicieron, sobre todo estudiantes de la Universidad.
Aun así, la histórica sobrevaloración del hombre prevalece e impide el pleno desarrollo y el pleno posicionamiento de las mujeres en la sociedad mexicana. Cierto que han conseguido mucho a lo largo de los años. Y han sido ellas las que lo han conseguido por sus propias luchas, por su tozudez, por su dignidad; por sus cualidades intelectuales y personales, por sus capacidades e inteligencia.
Sin embargo, hoy mismo su batalla continúa. Aun en el entorno social y laboral se les sigue relegando a segundos planos, se les sigue sometiendo a injusticias, a acoso, a falta de respeto, a desigualdad salarial a desahucio laboral, a condiciones de lucha para conseguir posiciones que el hombre consigue de manera mucho más fácil y sin ´pruebas de acceso´.
Sí se han establecido leyes de equidad de género como una dádiva graciosa. Gobiernos, candidaturas, legislaturas, puestos de orden y de mando. No podía ser menos en un país en donde hay 128.9 millones (2020) de habitantes, según el INEGI, de los cuales el 52 por ciento son mujeres y el 48 por ciento son varones.
Y en esto también es cierto que asignar posiciones no tendría que hacerse en base a condiciones de género, sino de capacidad, de conocimiento, de inteligencia, de excelencia laboral, intelectual. Asignar puestos o tareas o funciones públicas por cumplir la cuota de género también genera desigualdad en ambos sentidos. La mujer capacitada es merecedora de las asignaciones: y no son todas en muchos casos. Aunque sí las hay en distintos ámbitos. El acopio deberá ser cuidadoso por el bien de todas ellas. Por el bien de todos.
Con todo, hoy las mujeres en México tienen que vivir bajo riesgos de distinta naturaleza: falta de atención social y falta de cumplimiento en sus plenos derechos ciudadanos. Y a todo esto se suma el feminicidio.
En México se han incrementado de forma extremadamente preocupante los casos de agravio y muerte de mujeres por el sólo hecho de serlo. Las estadísticas revelan que en 2020 se registraron 36 mil 579 homicidios en el país; es decir, 29 por cada 100 mil habitantes. De estos, un alto porcentaje es por feminicidio. Tan sólo en los dos primeros meses de 2022 en la Ciudad de México ocurrieron 11 de ellos. A esto sigue la impunidad y el olvido.
Se sataniza a los movimientos femeninos de reivindicación. Desde Palacio Nacional ha quedado claro la animadversión a estas expresiones públicas y masivas femeninas. Se pretexta violencia. Y sí: grupos menores hay de mujeres enmascaradas que acuden para enfrentar, dañar, agredir. Es así cada año desde hace tres.
Sí. Pero por este grupo anónimo no se puede acusar a todo un movimiento nacional de millones de mujeres que exigen justicia por la vía democrática. En todo caso, el sentido de estas acusaciones de gobierno es el de inhibir la participación femenina-la exigencia femenina: ¿Por qué?
El 8 de marzo fue el Día Internacional de la Mujer. Es una fecha triste por su origen, pero es una fecha para la exigencia de respeto, de igualdad, de justicia, de seguridad, de atención a todas las áreas de desarrollo femenino en México.
Y esa es una tarea de todo gobierno que se respete: Respetar a la mujer en una sociedad en la que debe ser puesta en el plano de todos los derechos, en particular de igualdad, justicia, autoridad. Un gobierno que no finca esto, es un gobierno francamente desarticulado.