Publicado por samael2012
Moisés Cabrera Orozco nació en Juchitán, Oaxaca, en 1939. Cursó en Juchitán la primaria y la educación secundaria, pero sobre todo fue en su tierra natal donde comenzó a esculpir la forma que adoptaría su vida y donde empleó los materiales que mantendrían su plástica: esperanza y voluntad.
Llegó a la ciudad de México en sus años mozos y se ocupó en una fábrica al sur de la metrópoli, en ella hizo trabajos nocturnos para poder pagarse sus estudios en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado «La Esmeralda», donde tuvo como mentores a artistas de la talla de Francisco Zúñiga, Alberto de la Vega y Juan Soriano. Sus estudios formales continuaron en la renombrada Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos y desde entonces el escultor juchiteco no dejó de aprender y experimentar con formas y materiales con los que forjó su peculiar estilo.
Las raíces que alimentaron la vida y obra artística de Moisés (Ches) Cabrera Orozco deben buscarse en la profundidad de la cultura de su pueblo zapoteca, donde la arquitectura y la escultura originaria no se conciben sin la piedra como materia esencial. No deja de sorprender el relativo abandono en el que se encuentra la escultura lapidaria en México; pero eso permite comprender por qué Moisés Cabrera la retomó y lleva a niveles de expresión sublime.
Esta vocación de Cabrera no se entiende si no se señala el hecho de que la plástica, en México y en Oaxaca, adolece de firmeza de cara a la mercantilización del arte. La pintura de formato pequeño circula y especula de una colección privada a otra, la escultura monumental no tiene ese riesgo y debe disfrutarse y juzgarse sólo por su valor estético; y está, además, destinada a las masas. Desde luego esta observación no agota la discusión sobre la mercantilización del arte y tampoco refiere al papel de las políticas públicas para ampliar el acceso del gran público al trabajo de los artistas, pero eso son temas que dejo pendientes, regresemos al tema central.
La figura del Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez García, encuentra en la obra de Moisés Cabrera la forma monumental por excelencia. Desde la Sierra de Oaxaca hasta la Ciudad de Nueva York en los Estados Unidos de Norteamérica, logró sembrar Cabrera Orozco la figura del coloso de Guelatao y asociar con ella la grandeza de su propuesta estética, y no por ello deja de lado la presencia en su arte, de otros personajes históricos de México.
Puedo afirmar sin lugar a duda, que Cabrera Orozco es de los pocos artistas plásticos contemporáneos que le han dado resonancia internacional al arte mexicano. Para él no sobran, pero tampoco faltan, los reconocimientos a su obra que puede disfrutarse en sitios como Bryant Park en Nueva York; el Parque México en Lynwood, en Fresno, California; en ciudades como Chicago, en la Universidad de Puerto Rico, en la Casa de Juárez en La Habana, Cuba o en la embajada de México en Guatemala.
Los premios también cuentan como reconocimientos y fue galardonado por la Universidad Nacional Autónoma de México y por el Instituto Mexicano de la Juventud. Estas dos últimas instituciones representan en parte la vocación de servicio de Moisés Cabrera, pues durante cerca de tres décadas fue profesor de artes plásticas en el sistema de educación media superior y en la propia UNAM; fue además fundador y director del Taller Industrial de Cerámica de la Penitenciaría en la Ciudad de México, con lo que dejó constancia de que el compromiso con su pueblo, no lo limitó al trato con «buenas personas».
Lo depurado de su estilo y la gran variedad de los materiales de su obra le dieron el crédito suficiente para exponer, junto con otros grandes de la plástica como Rufino Tamayo, José Luis Cuevas, Francisco Toledo, Oswaldo Guayasamín y Portocarrero, en varias ciudades en México, los Estados Unidos, Suiza y Australia. También montó exposiciones individuales, de las que sobresale “Volúmenes Mágicos” en el Palacio de las Bellas Artes en 1976. Algunas de sus esculturas, pinturas y cerámica, se pueden encontrar en varias exhibiciones privadas en Australia, Japón, Europa y América.
Dueño de un estilo que transita sin aparente dificultad de lo realista a lo figurativo, de la piedra a las resinas en la escultura, y del óleo al pastel o al acrílico en la pintura, se asienta en la madurez en sus trabajos de cerámica de una exquisitez casi frutal. Comentario aparte merece su obra en el grabado en la que destaca esa sensación de movimiento que les da a las formas y que provocan en uno la percepción de un mítico aroma a santidad pagana.
Moisés (Ches) Cabrera Orozco a través de su obra, le ofreció y ofrece al mundo el placer estético de lo monumental que parece desgranarse en la rica textura de sus grabados, en el apacible colorido de sus cuadros o en la granulada frescura de su cerámica sin par.
Ese hombre, sublime artista, amigo leal, alegre, bromista, pero sobre todo sencillo en su grandeza falleció, el 18 de diciembre de 2024 víctima de complicaciones de una neumonía fulminante. Le sobreviven Patricia, su esposa, y sus hijas. Descansa en paz querido amigo.
Será difícil resignarme a tan grande pérdida porque no puedo olvidar las tantas veces que comimos, platicamos y bromeamos juntos en su casa de Juchitán, en mi casa o en su morada de Tequesquitengo. Descansa en paz paisano, aunque sé que, en la morada de los dioses, pronto te harán el encargo de embellecer el cielo con tu obra. Descansa en paz, Ches hermano.