En México la corrupción y la extorsión no son conceptos aislados, son la forma en que el poder se ejerce. No hay una diferencia real entre la extorsión de la delincuencia organizada y la de los gobernantes corruptos: ambas se alimentan de la amenaza, la impunidad y el control. Y mientras los discursos oficiales se llenan de frases sobre la “honestidad” o la “transformación”, la realidad es que la corrupción se ha institucionalizado hasta convertirse en el motor oculto de la política y la economía.
La corrupción aparece cuando un empresario llega a ofrecer un servicio que el gobierno necesita, pero el político exige una parte para autorizarlo. La extorsión es peor: ocurre cuando el empresario se presenta a una licitación, pública o restringida, y el funcionario le deja claro que para ganar debe pagar. No hay diferencia con el “derecho de piso” que cobra un cártel; la mecánica es idéntica, pero en este caso la cobra el propio Estado.
El problema se agrava porque la corrupción ha contaminado también a la iniciativa privada. Hoy no es raro que, para trabajar con ciertas empresas, haya que entregar un “moche” a un directivo. El vicio del soborno dejó de ser exclusivo de los políticos; ahora permea toda la cadena de negocios.
A esto se suma la hipocresía de muchos gobernantes que presumen de venir de familias humildes, pero en pocos años amasan fortunas imposibles de explicar. Vemos a políticos que hace cinco años vivían en colonias modestas y hoy poseen mansiones en las zonas más caras de las ciudades, departamentos de lujo y terrenos valuados en millones.
¿Alguien se ha detenido a calcular si su sueldo como funcionario público justifica estos bienes? ¿Cuántos años de salario legal se necesitan para comprar una propiedad de 20, 30 o 50 millones de pesos? La respuesta casi siempre apunta a un enriquecimiento ilícito disfrazado de “éxito personal” o “herencias familiares”.
Esta dinámica no solo destruye la competencia empresarial, sino que ahuyenta inversiones serias. ¿Quién quiere entrar a un país donde la “cuota” exigida por el político es más alta que los márgenes de ganancia? ¿Dónde la honestidad es una desventaja frente a los que saben corromper o dejarse corromper?
Políticamente, la corrupción es el cáncer que mina la credibilidad de cualquier gobierno. La percepción pública sobre la ética de quienes están en el poder está por los suelos. Los discursos contra la corrupción suenan huecos mientras los ciudadanos ven cómo funcionarios que prometían austeridad hoy viven como magnates.
México no necesita más discursos, necesita que alguien tenga el valor de llamar a los ladrones por su nombre y encarcelarlos. Cada peso robado por un político es una bala contra el futuro del país, cada moche es un golpe contra las empresas honestas y cada mansión inexplicable es una bofetada al pueblo que sobrevive con migajas. Si no hay castigo, si no hay justicia, llegará el día en que la corrupción no solo se pague con dinero, sino con el estallido de una sociedad que ya está harta de ser saqueada.
Fernando Schütte Elguero
Empresario inmobiliario, maestro, escritor, y activista en seguridad pública. Destacado en desarrollo de infraestructura y literatura.