Lograr la sabiduría suficiente para comprender la naturaleza humana y vislumbrar nuestro destino, se ha confundido con la acumulación de conocimientos. Pocos son quienes han intentado un balance del alcance de nuestro moderno sistema de producir sabiduría. Uno de esos valientes es John Hands con su obra Cosmosapiens (2023).
J. Hands propone que, a lo largo de la historia cósmica, emergen patrones recurrentes de cooperación, complejidad y convergencia que culminan en la singular aparición humana de una conciencia autorreflexiva con capacidad de direccionar la propia evolución.
En mi opinión, ahora que la ciencia, tal y como la conocemos, comienza a mostrar sus limitaciones, quizá sea conveniente replantearnos la idea de la sabiduría, pero ahora como la adecuada configuración de nuestra ignorancia, para sobrevivir como especie en el universo de lo viviente.
El hombre primitivo formuló mitos y ritos para guiar su existencia, bajo el signo de la ignorancia de la ignorancia. El pensamiento racional no acepta el mito, pero la evidencia indica que aceptamos ciertos rituales vigentes sin cuestionar su origen, actitud que hemos justificado como ideológica, en el sentido de que oculta la propia ignorancia.
En la modernidad racional, los mitos no se aceptan porque al parecer hemos establecido el principio ético de no engañarnos a nosotros mismos, al menos de modo consciente, pues aceptarlo sería cinismo.
Engañar a otros es más tolerable, siempre que se haga por una razón ética superior o desde la ignorancia del engaño. Quizá por eso aparecieron los hombres del misterio: sacerdotes, magos o brujos. A ellos se les daba la facultad de mentir desde la ignorancia, es decir, en la convicción de un saber cuyo origen se desconoce.
Poco a poco la ciencia moderna ha asumido ese papel con los modernos hombres del misterio de un alto, altísimo conocimiento.
Aquellos son sabios que saben, pero no saben. Por ejemplo, sabemos que ciertas partículas cuánticas, tienen un comportamiento contraintuitivo, extraño; pero constante, como piezas de un reloj aleatorio. Sin embargo, aprovechamos ese conocimiento (saber tecnológico, saber del cómo), pero no conocemos por qué (no saber por qué, es decir, ignoramos la causa).
La civilización moderna de base económica capitalista, acepta y hasta fomenta el saber que no sabe; porque le favorece saber el cómo, más que el porqué.
En la modernidad capitalista, los nuevos sacerdotes, son quienes saben el cómo, pero no se atreven a reconocer su ignorancia del porqué y, a la vez, se niegan a formular mitos y con esto, dejan a su colectivo en desconcierto, porque la religión, la magia y toda fuente de mito ha muerto: las fuentes de certeza se han secado.