- El artesano Catarino Carrillo nos narra su vida, que está ligada a la de los Alebrijes de San Antonio Arrazola, que nacen en sus sueños y con sus manos les da vida
Santa Cruz Xoxocotlán, 19 de abril de 2025.- A sus 57 años, Catarino Carrillo Morales ha tallado la madera por más de cuatro décadas. En su taller, nacen criaturas únicas, irrepetibles, salidas de su imaginación. Allí, entre machetes recortados y cuchillos afilados con esmeril, trabaja con la precisión de quien lleva toda la vida luchando contra el olvido.
“Desde los 15 años empecé”, dice con voz serena. Su historia comienza cuando sus compañeros de escuela y maestros notaron que dibujaba bien. En ese entonces, apenas se empezaba a hablar en el pueblo del trabajo del señor Manuel Jiménez, el creador de los alebrijes en San Antonio Arrazola, agencia municipal de Santa Cruz Xoxocotlán.
Catalino nunca vio una de sus piezas, pero escuchó rumores, los suficientes para imaginarse que, si podía dibujar, también podía tallar. Así empezó a hacer figuras de perros y burros, como juegos de niño. “Y sí se me facilitó bastante… más que la madera se presta”, recuerda.
Su primera figura la vendió en 5 pesos. Una jirafa, en 15. En aquel entonces, como muchos de su generación, soñaba con estudiar. “Yo quería estudiar bastante”, repite varias veces, como si el anhelo aún lo acompañara. Pero la pobreza en Arrazola era dura. Las calles eran de piedra, las casas de adobe con lámina de cartón, los techos se sostenían con carrizo. “Ahora todos quieren vivir en Arrazola”, dice entre risas suaves, “pero antes daba pena decir que eras de aquí”.
La artesanía se volvió su escape, su camino, su destino. Mientras otros se iban del pueblo, él empezó a construir su vida entre la madera y el color. Aprendió solo, sin maestro, confiando únicamente en su imaginación. “Cada figura es única”, dice con orgullo. Y en esa singularidad está también su identidad, la del artesano que no copia, que inventa, que sueña.
Con el tiempo, sus piezas empezaron a llamar la atención de extranjeros. Una mujer estadounidense lo ayudó a sacar su visa. Su primer viaje al extranjero fue hace casi 30 años, a la Universidad de Albuquerque, en Nuevo México, donde dio una demostración a estudiantes y vendió sus piezas en tiendas de arte. Fue ahí donde, según él, “empezamos a componer nuestra vida”.
Desde entonces ha viajado por todo el país y por el mundo mostrando su trabajo. Vive de su oficio. Pero no olvida que todo comenzó por necesidad, por la falta de oportunidades. Y sin embargo, también fue ahí donde halló su verdadera vocación.
“La madera verde se talla con machete, luego se define con cuchillo, se lija a mano, se desinfecta y se pinta”, explica. Habla con detalle técnico, pero también con cariño, como si describiera el crecimiento de un hijo. Sus herramientas son machetes recortados “para que no hagan tanto ruido” y cuchillos refinados por él mismo. “Nosotros los cuchillos los adelgazamos para que se doblen y hagan la curva de la pata o del cuello del animal”.
Catarino ha visto cómo el pueblo ha cambiado. Las calles ya no son de piedra, las casas ya no son de adobe. La artesanía ayudó a construir escuelas, el centro de salud, la agencia municipal. “A veces digo que, gracias a la artesanía, Arrazola creció”, reflexiona. Él es uno de los artesanos que participa en la Expo Artesanal de Alebrijes que se realiza del 12 al 27 de abril, en San Antonio Arrazola.
Hoy, su taller ya no es el cuarto compartido con la cocina. Pero sigue siendo un espacio de creación, de imaginación pura. Porque, aunque nunca pudo estudiar como quería, aprendió algo igual de importante: soñar con las manos.