Lo que está en juego no es sólo la validez de una elección judicial inédita. Está en juego la dignidad del país, el futuro de la Suprema Corte y el descaro con el que el poder político pretende domesticar a la justicia. El proyecto de resolución del magistrado Reyes Rodríguez Mondragón lo deja claro, la elección del 1 de junio huele a fraude y la causa tiene nombre y apellido, la distribución sistemática de acordeones para inducir el voto.
El amicus curiae (en latín “amigo de la corte” experto que no necesariamente forma parte de la corte, pero emite su opinión) de Javier Aparicio es apenas el retrato técnico de lo que millones vimos en tiempo real. Casillas con participaciones imposibles, muy por encima del promedio nacional de 13%, como si de pronto en Chiapas, Guerrero u Oaxaca se hubiera desatado una fiebre democrática que no aparece en ningún otro lado. Votaciones en bloque que rozan el 80% en favor de las mismas candidaturas, como si la voluntad popular se redujera a un dictado uniforme. Correlaciones absurdas de 0.92 entre votos para la SCJN y el Tribunal de Disciplina Judicial, que sólo se explican con un libreto común. Eso no es ciudadanía, eso es operación política disfrazada de ejercicio democrático.
El fraude aquí no es el clásico acarreo ni la compra abierta de votos, sino algo peor, como la simulación de legalidad con el aval de las instituciones. El TEPJF ha cerrado los ojos frente a decenas de impugnaciones, como si la única prueba aceptable fuera una grabación en video de los operadores entregando acordeones con sello oficial. Y mientras, la elección que debía marcar el nacimiento de un nuevo modelo de justicia se convierte en el certificado de defunción de la independencia judicial.
Porque no nos engañemos, si el Pleno rechaza el proyecto de anulación, lo que se consagrará será la captura del poder judicial por la vía más burda. Y si lo aprueba (cosa poco probable), será un milagro de dignidad en un sistema acostumbrado a obedecer. En cualquiera de los dos escenarios, el daño está hecho: la legitimidad de los nuevos ministros y magistrados quedará siempre bajo sospecha, y la Corte empezará su nuevo ciclo con el estigma del fraude en la frente.
La elección judicial, vendida como un ejercicio histórico de democratización, fue en realidad un ensayo de sometimiento. Acordeones para orientar el voto, magistrados que juegan a hacerse los distraídos y un país que descubre que hasta la justicia se puede repartir como propaganda de campaña.
Si esta es la nueva forma de elegir jueces, entonces la democracia mexicana no dio un paso adelante, sino que se entregó, sin ningún pudor al poder que todo lo corrompe.
@FSchutte