¿Cuánto tiempo se tarda una en acostumbrarse a no comer?

by | Nov 18, 2025 | Opinión, Portada

NADIA SANABIA

Sospecho —en esta oscura etapa de mi vida— que la renuncia a un placer opera como contagio: contamina y agosta los placeres contiguos, hasta que el mapa entero de las satisfacciones posibles se vuelve un territorio prohibido.

Comer se me ha vuelto un reino vedado… y acaso por alguna simpatía secreta y sensual entre los apetitos, tampoco se me antoja tener sexo. Ignoro la arquitectura oculta que los vincula, pero la correlación persiste. Me parece intolerable.

Estoy enojada. Molesta. Incómoda. La injusticia de quedarme sin ese placer me subleva inevitable.

¿A qué otros placeres tendré que renunciar un instante después, Dios Mío?
Ojalá el siguiente fuera la rabia misma, el deseo entero. No aspiro a la vida vegetativa de la anémona. Pero esa facultad de elegir entre el placer y el dolor —que ahora comprendo como atributo divino— la deseo situada más allá de mi jurisdicción.

Lo reconozco: es mi rabia. Capricho. Pataleta infantil… No moriré de hambre, pero he perdido el placer extremo de masticar. Y descubro que mi capacidad de resistencia es rigurosamente proporcional a la magnitud de mi furia.

Dios… ¿por qué inventaste el dolor? ¿Y por qué creaste también el placer?​​​​​​​​​​​​​​​​

El miedo al dolor, ese invitado maldito, me habita.