Fernando Schütte Elguero
Noviembre no solo ha sido un mes difícil para la presidente Sheinbaum. Ha sido un mes revelador. Las marchas del 15, la protesta de transportistas y agricultores del día de ayer y la posible movilización del domingo 30 encabezada por militares en retiro evidencian algo que ya no puede ocultarse: hay un país que está despertando mientras el poder se encierra. Hay una sociedad que grita mientras el gobierno sospecha. Y hay un gobierno que ve enemigos donde hay ciudadanos, conspiraciones donde hay reclamos legítimos y desestabilización donde hay simple ejercicio democrático.
La filosofía política advierte que los gobiernos comienzan a derrumbarse cuando, en lugar de escuchar, comienzan a temer. Y el temor del poder siempre se manifiesta igual: primero descalifica, luego reprime, después judicializa y finalmente busca culpables fuera de sí mismo. México está entrando peligrosamente en esa secuencia.
La presidente Sheinbaum ha preferido acusar de militancia partidaria a quienes marchan en lugar de reconocer que la protesta es el lenguaje más antiguo de la República. Ha insinuado desestabilización donde hay frustración ciudadana. Ha permitido que se amenace con carpetas de investigación como si la justicia fuera un arma política y no un instrumento del Estado de Derecho. Pero lo más grave no es la desconfianza del gobierno hacia el pueblo. Lo más grave es la desconfianza del pueblo hacia el gobierno.
Porque mientras la autoridad se dedica a administrar narrativas, la realidad se impone con dureza. La inseguridad pública (que ya es estructural y no circunstancial) sigue creciendo como un cáncer silencioso. La violencia cotidiana es un recordatorio permanente de que México nunca logró construir un Estado capaz de controlar su territorio. Y ante esa incapacidad interna, se suma una presión externa que ya no es velada. Estados Unidos observa, contabiliza y documenta la infiltración del narcotráfico en gobiernos locales, estatales e incluso en estructuras federales. Y esa observación se ha convertido en una espada de Damocles que pende sobre México.
Washington no confía en la narrativa oficial. Confía en sus agencias. Y esas agencias llevan años señalando vínculos, omisiones, complicidades y un deterioro institucional que ya no se puede maquillar con conferencias ni consignas ideológicas. Cuando un gobierno pierde el control de la seguridad, pierde también el respeto de sus aliados. Estados Unidos ha dejado claro que el narco es una amenaza a su seguridad nacional. Y cuando un país poderoso percibe amenaza, actúa. La historia hemisférica lo demuestra con brutal claridad.
Es aquí donde la filosofía política vuelve a iluminar: no hay democracia posible donde la violencia manda y el miedo gobierna. La democracia exige libertad para disentir y valentía para escuchar. Y hoy el gobierno mexicano no está escuchando. Está reaccionando. Está cerrando filas. Está temiendo.
La eventual marcha del día 30 de militares en retiro (y de sus familias) no sería una protesta más. Sería un símbolo. Sería la señal inequívoca de que incluso los pilares castrenses que han brindado estabilidad durante décadas comienzan a resentir agravios, decisiones insensatas y una conducción política que no entiende que autoridad no es autoritarismo y que obediencia no es sumisión. Cuando el malestar militar aparece, el Estado debería detenerse y reflexionar. Pero hoy parece incapaz de hacerlo.
El deterioro económico solo agrava el cuadro. La deuda interna crece (y consume futuro). La inflación rebrota. La inversión se aleja. La incertidumbre se instala. Y mientras tanto, el gobierno insiste en leer la crítica como traición, la protesta como conspiración y la disidencia como delito.
México necesita un liderazgo que comprenda que escuchar no es debilidad, sino fortaleza. Que admitir errores no es rendirse, sino gobernar. Que la diversidad de voces no es un obstáculo, sino un requisito para la estabilidad. La presidente Sheinbaum debe rodearse de personas capaces de decirle lo que no desea oír. Debe abrir el círculo que la aísla. Debe romper la narrativa que pretende negar lo evidente. Debe mirar el país como es, no como quisiera que fuera.
Porque México está hablando. México está advirtiendo. México está exigiendo. Y un gobierno que no escucha termina siendo un gobierno que cae.
@Fschutte
Consultor y analista
